¿Por qué, para qué cambiamos de año? ¿Eh?

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Aram Aharonian

Siempre, desde chiquito, me he preguntado por qué cambiamos de año si nuestra vida sigue siendo la misma. ¿Será que desde el primero de enero no tendremos que lamentarnos del genocidio en Gaza? ¿Acaso se terminó la desigualdad y la injusticia y no pagaremos la deuda externa odiosa, o nos libraremos de regímenes ultraradechistas que nos cercenan los pocos derechos que nos quedaban?

Cierto es que no existe una única unidad de medida, sino al menos cuatro para contar el tiempo que tarda la Tierra en darle una vuelta al Sol: el año juliano o calendario, el año sideral, el año trópico medio y el año anomalístico. Y súmele el año nuevo chino, el islámico, el judío, el de otras culturas y países.

Dicen que el último día del año es la oportunidad de entender que todo lo malo y bueno que nos pasó en 12 meses ya es historia, y que a partir de ese día la vida puede tomar otro rumbo. ¿Borrón y cuenta nueva? Pura propaganda, poca realidad. Y cada 31 de diciembre cada uno de nosotros se autointerroga  sobre el cumplimiento de los objetivos que se había trazado al inicio año, seguramente muy similares a los de 365 días antes.

Pero los pobres seguirán siéndolo y ya olvidaron qué era la esperanza, mientras los más ricos quieren apropiarse de lo colectivo y de las riquezas de los países, que debieran ser de todos pero no. Eso viene sucediendo todo los 365 (o 366) días, no solo a fin de año. Desde Roma, seguramente el Papa nos envíe su bendición, gracias a dios, mientras suenas los cohetes y las bombas de estruendo ¿festejando qué?

Podemos elegir otros años nuevos

Cuando uno se pone a investigar se da cuenta que los antiguos romanos sí que eran sabios: La primera versión del calendario apenas duraba 10 meses y rendía homenaje a lo más importante para ellos: la agricultura y los ritos religiosos. El año civil de 304 días comenzaba en marzo (Martius), en honor al dios romano Marte. Continuaba hasta diciembre, época de la cosecha en la Roma templada.

Pero este año nuevo es sólo para parte de la cristiandad.  El Año Nuevo chino (en chino tradicional  農曆新年) también denominado Fiesta de la Primavera (春节, 春節, chūnjié), es la festividad tradicional más importante del año que celebran 1.500 millones de chinos y también en otros países en el este y sudeste de Asia. En 2014 se celebra en la cultura china el año 4722.

El Año Nuevo islámico ocurre en Muharream. Dado que el calendario islámico se basa en 12 meses lunares que equivalen a aproximadamente 354 días, su año nuevo se produce aproximadamente 11 días antes cada año en relación con el calendario gregoriano. Este año el Año Nuevo judío, el 5784, se celebrará del miércoles 3 al viernes 4 de octubre.

Esperanzas

Lo bueno de Google es que uno puede encontrar cualquier cantidad de frases para enviar a los amigos (y enemigos) más allá del “feliz año nuevo”: El Año Nuevo es un nuevo comienzo de un nuevo capítulo de la vida lleno de esperanza y posibilidades; con la llegada del Año Nuevo, puede que te sientas decidido y motivado con un mejor mañana; quédate con todas las lecciones y la fortaleza que nos ha dado el último año: comienza el Año Nuevo con gratitud y esperanza.

Y siguen: “Con un feliz año nuevo comienza el nuevo capítulo de 12 meses llenos de ambiciones y propósitos. Que este sea tu año; Que este año sea tan mágico como tu determinación y tu coraje; Es hora de avanzar, de dejar atrás el pasado que nos dio aprendizaje y experiencia; Empecemos un nuevo viaje con una actitud positiva. Este nuevo año tienes la oportunidad de transformarte, no es demasiado tarde para empezar.

Lo que no entiendo es por qué el primero de enero es mágico, o es lugar de largada de otro yo que no soy realmente yo, pero debo convertirme en él porque es año nuevo.

El poeta español León Felipe lamentaba: “¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos farsantes, las mismas sectas ¡y los mismos, los mismos poetas! ¡Qué pena, que sea así todo siempre, siempre de la misma manera! ¡Qué pena!”

Se termina también el 2023 y la academia nos dice que su paso celebra el fin de un ciclo que ha marcado las cuentas del tiempo para diversas culturas desde hace milenios: otra vuelta completa de la Tierra alrededor de su estrella, el sol. Y de nada sirve seguir gritando “paren el mundo que me quiero bajar”.

En las caribeñas Venezuela y Colombia estos días siguen escuchando y bailando “Año nuevo, vida nueva”, en la  versión (de los años 60) de la Billo´s Caracas Boys, mientras las gaitas zulianas entran con fuerza para acompañar la ensalada de gallina, las hallacas, el pan de jamón, el cochino… Cada pueblo con su folclore, cada pueblo con su repetida (y ya gastada) esperanza de que el año próximo será mejor.

Pero hete aquí que los cambios tecnológicos van a seguir sucediendo, a un ritmo cada vez mayor, vertiginoso e incluso impredecible. Vamos a seguir cambiando, sin ninguna duda. Hoy nos hablan de la integración de la tecnología con nosotros mismos en aspectos de nuestra vida que apenas imaginamos. Pero de eso no nos vamos a preocupar el último día del año, ¿no?

Mercedes Sosa nos dejó en claro que todo cambia: “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo. También nos dijo que “no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo ni el dolor, de mi pueblo y de mi gente. Y , lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo, en esta tierra lejana”. No depende de un calendario, sino de un pueblo.

Eduardo Galeano nos dejaba sus “Deseos para el año nuevo” que, impune pero puntualmente, repito año a año: “Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza. Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano. Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.

Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados. Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.

Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”.

No es que uno esté satisfecho con este 2023 que se nos va. ¡Qué va! Pero nos quieren hacer creer que el simple cambio de año conlleva mejores expectativas, que es el momento de renovar las esperanzas que, me dicen, era hasta hace unos años lo último que se pierde.

¡Ah! Antes de que me olvide: que este 2024, sirva para que nos amuchemos -porque solos no somos más que carne de cañón- y vayamos reescribiendo nuestra historia y la de los que nos seguirán, aunque no sea primero de enero.

Aram AharonianMagister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.

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