El 17 de octubre de 2020 se cumplen cien años del nacimiento de don Miguel Delibes.
Resulta sencillo, pero no fácil, ubicar ideológicamente hablando, a los escritores españoles que compartieron décadas con Delibes. Si ejercieron como autores, bien fueran poetas, novelistas, articulistas o incluso las tres cosas entre 1936 y 1975, bastaba con saber su lugar de residencia. Si vivieron en España, afines. Fuera de ella, republicanos, pero esto era bastante más complejo.
Sin entrar todavía en lo puramente literario, Delibes combatió voluntariamente en las filas Nacionales sublevadas de los generales golpistas contra la legitimidad republicana, diez años más tarde cuando ejercía como profesor de Historia en la Escuela de comercio sufrió la censura del régimen totalitario surgido tras la victoria militar franquista precisamente cuando trataba este tema con sus alumnos.
La sombra de la censura que es alargada, sobrevoló la obra de Delibes ya muy temprano. El primer libro afectado fue “Aún es de día” en 1949. El mismo Miguel confesaba en múltiples ocasiones, que contaba en sus novelas todo aquello que no podía escribir en el norte de Castilla, periódico al que estuvo ligado casi toda su vida llegando a ocupar los cargos de director y subdirector. Desde estas posiciones mantuvo diversas disputas sobre los contenidos del diario con el régimen, aunque para la buena verdad, solía ser más el propio régimen quien se enfrentaba al Norte de Castilla que el propio Miguel con el franquismo.
La figura de Delibes por suerte ni puede ni debe ser etiquetada. Nada más lejos de mi intención que la tentativa de caer en un vicio posmodernista consistente en la aniquilación de la ideología con el fin de sustituirla por un pensamiento gaseoso donde los grandes relatos son cambiados por mero presente que parece haber surgido de la nada y de “la nadie”. Lo que intento explicar es que en el caso concreto de determinados intelectuales a los que les tocó vivir unas décadas de nuestra historia tan faltas de coherencia y tan henchidas de visceralismo cruel como fueron las acaecidas entre los Treinta y los Setenta, no debemos arrogarnos ni arrojarnos el pensamiento de don Miguel Delibes entre los que sí pertenecemos a uno u otro marco ideológico.
Delibes fue un hombre culto, complejo, sencillo, amante de la naturaleza, declarado ecologista y fervoroso defensor de la cinegética, (contra la cual milito y militaré hasta su prohibición). Un hombre de costumbre, de familia. Un escritor que regó de realismo sus textos hasta resultar dolorosos, pero él se limitó a plasmar el dolor que proporcionaba la versión más febril de la lucha de clases. En “Las Ratas”, en “Los santos Inocentes” el señorito y el “vivo de hambre”, jugaban en el mismo escenario, en los mismos campos áridos, entre los idénticos árboles, entre los mismos pájaros, pero el uno obtenía el fruto y el otro la miseria, el mendrugo de pan si venían “bien dadas” las ostias ese día, con la consecuente plusvalía de la humillación. Para Delibes el pobre no solo era pobre por la posición que ocupaba en la sociedad sino por la posición de ventaja que el rico tenía sobre él.
El Miguel Delibes que trabajaba en un periódico conservador, daba clases de historia y recibía premios literarios en pleno franquismo, podría ser a ojos del libertario de turno un colaboracionista más.
El Delibes que reflejaba las miserias de un sistema sustentado en la explotación del hombre por el hombre en sus obras, el que dimitió como director de su querido diario, El Norte de Castilla tras un enfrentamiento con un tal Manuel Fraga, podría ser tildado de masónico-marxista infiltrado por el más paranoico de los falangistas.
Delibes jamás estuvo en contra del progreso social, pero tuvo bien claro que el sistema elegido no era el correcto.
Real-Académico de la lengua hasta su muerte, opinaba que el lenguaje era del pueblo y que la lengua debería nutrirse de la evolución que este le otorgase para sustentar sus modificaciones. Laureado con el Premio Nadal, Premio Nacional de Narrativa, Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Además, nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, opinaba con un finísimo sentido del humor castellano que para ser buen escritor no hacía falta ni haberse leído El quijote ni haber estado en París pues cervantes no hizo ni la una ni la otra antes de narrar las aventuras del hidalgo más universal de todos los tiempos.
Su ideología era la coherencia, la civilización, la cultura como herramienta emancipadora del tirano.
Para mí, Delibes como dice el título de este artículo, va mucho más allá de las letras. Conocí el apellido del hombre que no tenía el más mínimo apego a la fama, antes de saber utilizar un sistema de lecto-escritura adaptado para mi discapacidad, la ceguera.
Nací en 1974, el mismo año en el que falleció ángeles de Castro, su mujer. La pérdida le persiguió durante toda la vida y de ella hizo inspiración. Aquel niño que fui pasados unos años, ya había escuchado en innumerables ocasiones el apellido del vallisoletano ilustre hasta el punto valga la redundancia, que cuando mis dedos se posaron por primera vez en uno de sus libros, descubrí a través de los puntos del Braille que el apellido Delibes se escribía todo junto y no “De Libes”.
Hasta tal punto era ya universal su apellido, mucho más allá de las letras.
Emilio Ortiz, novelista.